viernes, 2 de julio de 2010

La tejedora de Sueños

La Tejedora de Sueños
Nayra conocía perfectamente el poder de lamúsica a pesar de sus pocos años, pues desde bien pequeña su madre le había susurrado canciones al oído, canciones que debería saber para poder convertirse algún día en la futura Tejedora de Sueños. A ella le gustaba mucho cantar, pero sabía que nunca debía enseñar estos cantos de poder a nadie, pues podrían ocurrir cosas terribles.
Una vez le contó la más anciana del grupo que, por causa de una canción, la mitad de los jóvenes de la tribu habían desaparecido como por encanto y habían vuelto a aparecer al cabo de un mes, sin que nadie pudiera explicar dónde habían estado, ni siquiera ellos mismos.
Aquellos relatos le parecían a Nayra llenos de magia y misterio. Todavía era muy joven para comprender la razón de tanto secreto, pero se había comprometido a guardar silencio y su promesa era sagrada.
Hacía ya mucho tiempo que los hombres de la tribu confiaban la curación de su alma y de su cuerpo a las mujeres. Ellas, según sus antepasados, tenían el poder desde el nacimiento para interpretar las señales y para encontrar los remedios a todo tipo de males. Y eran precisamente las mujeres quienes se ocupaban de buscar a la Tejedora de Sueños. La elegida sería aquella joven que supiera responder a las preguntas más complejas con sabiduría, que conociera los remedios para las enfermedades, que supiera las canciones de poder, aquella que se inventara historias que ayudaran a curar, aquella que supiera viajar al mundo de los sueños, aquella en quien las demás confiaran.
Su madre había sido escogida hacía ya mucho tiempo, y ahora ella se preparaba para ocupar su puesto, si era aceptada por las mujeres del grupo.
Mientras tanto, seguía aprendiendo de su madre todos los conocimientos de música, plantas y piedras, el lenguaje de los animales, a viajar al reino de los sueños y a interpretar las señales de la tierra, del agua, del aire y del fuego.
Un día, mientras recogía plantas medicinales y alguna flor para adornar su pelo, Nayra tarareaba una de aquellas sagradas canciones en lo alto de la colina, sin darse cuenta de que alguien la estaba escuchando: era su amigo Torahi.
—¿Qué cantas, Nayra? —le preguntó mientras se acercaba—, me gustaría que me enseñaras tus canciones.
Pero Nayra le contestó:
—Sabes que no puedo, tú eres un hombre y es costumbre de nuestro pueblo que sean solamente las mujeres las que aprendan y utilicen estos cantos.
—Pero Nayra, nadie se enteraría, te lo prometo, yo solo quiero que me enseñes a cantar como tú, porque siento algo muy especial cuando te oigo.
En ese momento le entró la duda. Por un lado Nayra sabía que eso estaba prohibido, pero Torahi era uno de sus mejores amigos y no quería defraudarle.
—Está bien, pero solo te enseñaré una. Tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie; si no cumples tu promesa nunca más volveré a dirigirte la palabra.
—Te lo prometo —dijo su amigo Torahi, mientras se sentaba en una roca.
Nayra se sentó a su lado, cerró los ojos y comenzó a susurrar en sus oídos una melodía, mientras el muchacho sentía que algo extraño le estaba ocurriendo.
Cuando terminó de cantar, Nayra abrió los ojos y lanzó un fuerte grito que asustó a todos los animales de los alrededores: Torahi había desaparecido de su vista en medio de una espesa niebla. Nayra, asustada, recordó en esos momentos la historia que le había contado la anciana de la tribu y comenzó a llorar desesperada pensando que había perdido a su mejor amigo.
Pero no había pasado ni un minuto, cuando el muchacho volvió a aparecer delante de sus ojos, aunque se dio cuenta de que no era el mismo de siempre: ¡Torahi se había convertido en una muchacha!
—¿Qué me ha pasado? —gritó Torahi, al ver su nuevo cuerpo—. Nayra, ¿qué has hecho? ¡Creí que eras mi amiga y me has hechizado con tu canto!
La joven le miraba de arriba abajo llorando y temblando de miedo, sin comprender lo que pasaba.
—Lo siento, Torahi, yo no sabía que te podría ocurrir esto... —le dijo—. Iré a buscar a mi madre, ella sabrá lo que hay que hacer. Tú quédate aquí hasta que yo vuelva.
Nayra bajó la colina corriendo en busca de su madre y le contó, con mucha angustia, lo que había sucedido. La Tejedora de Sueños, después de reprender severamente a su hija por haber roto su promesa, le dijo:
—Ahora no puedo hacer nada, pero cuando llegue la noche buscaré un remedio en el mundo del sueño y se lo llevaré. ¡Menos mal que por lo menos no ha desaparecido!
Nayra se fue al encuentro de su amigo Torahi cabizbaja, porque sentía mucho que su madre no pudiera solucionar su problema con rapidez:
—Torahi —le dijo—, mi madre no puede hacer nada por ti hasta que llegue la noche. Me ha prometido ayudarte cuando consiga el remedio en el mundo del sueño.
—¿Y yo qué voy a hacer hasta que llegue la noche? —le dijo Torahi desesperado. —Así no puedo regresar al poblado.
—Pues quédate aquí hasta que llegue mi madre y yo me quedaré a tu lado para hacerte compañía —le dijo.
Pero Torahi estaba muy enfadado con Nayra y le pidió que le dejara solo.
Nayra se fue triste y preocupada, confiando en que su madre consiguiera pronto el remedio para deshacer el hechizo de su amigo.
Aquella noche iba a ser muy larga, pensó el muchacho, y se quedó contemplando el atardecer, confiando en que apareciera pronto la Tejedora de Sueños.
Nadie sabía lo que pasaba en el interior de Torahi, solo él se daba cuenta de que veía todo de otra manera, olía nuevos aromas que le venían de la pradera, y escuchaba los sonidos de la tierra como si fuera la primera vez. Sus sentidos se estaban abriendo a sensaciones desconocidas. No solo había cambiado su cuerpo sino que su mente pensaba de forma distinta y su corazón sentía cosas que antes nunca había sentido.
Torahi no podía dormir, aquella experiencia era demasiado extraña para él, todo le parecía nuevo. Al observar cómo un águila cuidaba de sus polluelos, sintió la ternura que sienten todas las madres; las flores que tapizaban la pradera le parecieron de una belleza deslumbrante, como si nunca las hubiera visto antes. Entonces, cerró los ojos y sintió cómo la brisa del viento le acariciaba.
Tocado por una magia especial, miraba al sol en su descenso por el horizonte y su visión le emocionó tanto que las lágrimas llegaron a sus ojos.
Entretanto la Tejedora de Sueños se adentraba en el mundo que tan bien conocía buscando el remedio al hechizo, y cuando por fin se encontró con la Guía de la Noche, le contó lo que había venido a buscar. Ella le dijo:
—Hay una canción que puede ayudar Torahi a recuperar su aspecto, pero debes decirle que solo cambiará su cuerpo, porque en su mente y en su corazón quedará siempre el recuerdo de esta noche. Tienes que saber que, a partir de ahora, Torahi podrá recibir tus conocimientos, pues lleva dentro de sí las dos maneras de ver el mundo. Sin embargo, tu hija ha roto su promesa y ha demostrado que no se puede confiar en ella. Regresa y dale este mensaje.
Entonces la Guía de la Noche le enseñó a la Tejedora de Sueños otro canto que servía para devolver a Torahi su cuerpo de muchacho.
Sabía que Torahi la esperaba, por eso subió lo más rápidamente que pudo hasta lo alto de la colina mientras pensaba en lo que le había dicho la Guía de la Noche. Allí se encontró al muchacho despierto, observando con atención todo lo que estaba pasando en su interior:
—¡Torahi, ya estoy aquí! —le dijo.
—¡Por fin has llegado! ¿Traes el remedio para mi hechizo?
Entonces la Tejedora de Sueños se sentó a su lado y le cantó al oído la mágica canción. Por un momento, Torahi desapareció de su vista envuelto en una espesa niebla, pero cuando volvió a aparecer, su cuerpo era el de siempre.
Torahi la abrazó lleno de alegría, le dio las gracias y le dijo:
—He tenido un sueño muy extraño, aunque creo que no estaba dormido. He visto a la Guía de la Noche y me ha dicho que yo seré la próxima Tejedora de Sueños, ¡pero eso es imposible!, ¿no es verdad? Debe ser una mujer...
—Torahi, las cosas pueden cambiar, quién sabe... Pero quiero preguntarte algo: ¿cómo te has sentido desde que te convertiste en una muchacha?
Y Torahi, todavía impactado por lo que le había sucedido, le contó sus experiencias de aquella noche tan larga y especial.
Pronto comenzó su aprendizaje, y la Tejedora de Sueños le enseñó los secretos de la música, las plantas y las piedras. Le enseñó a comunicarse con los animales y a interpretar las señales de la tierra, del agua, del aire y del fuego.
Y cuentan los ancianos que, cuando llegó el momento de buscar quien la sustituyera, Torahi fue elegido Tejedor de Sueños por todas las mujeres de la tribu y Nayra se convirtió en su ayudante.
Begoña Ibarrola
Cuentos para sentir 2 - Educar los sentimientos
Madrid, Ediciones SM, 2003

No hay comentarios:

Publicar un comentario